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No hay colectivismo

El teorema de Arrow simplemente formalizó lo obvio: si Juan quiere ir al cine, Raúl al teatro y Carmen a la ópera, ¿qué quieren Juan, Raúl y Carmen? E incluso si Juan y Raúl se ponen de acuerdo para ir al cine (o, por ejemplo, violar a Carmen), ¿qué quiere esta misma «sociedad-grupo-pueblo-nación-colectivo», compuesta por «Juan, Raúl y Carmen» ?

La regla de la mayoría, comúnmente aceptada como la aplicación práctica de la «democracia» (el poder para el «pueblo», es decir, un porcentaje arbitrario dado de un grupo arbitrariamente definido, en algún sistema electoral arbitrario) no tiene nada de sagrado, legítimo, oficial o lógico. Es simplemente la expresión de la «ley del mas fuerte», una especie de atajo sofisticado para evitar de tener que resolver el asunto mediante la violencia (donde se supone que prevalecería de la misma manera el grupo más numeroso). De ninguna manera, sin embargo, debería ser vista como la expresión de alguna «voluntad colectiva», que no es un concepto válido: el 50,00% no es más «oficial» que un 20%, un 40% o un 80,43%.

Aquellos que son más iguales que otros

La imposibilidad de una decisión colectiva única y legítima, por lo tanto, condena todo el colectivismo desde el principio. Esto se puede observar fácilmente en la práctica: ¿Cuáles son los regímenes en los que algunos individuos particulares tienen el mayor poder? ¿Con el culto a la personalidad más profuso, la celebración casi mística de algunos individuos egoístas por parte de millones de personas? Los llamados regímenes colectivistas.

Hitler, Stalin, Lenin, Castro, Jomeini, Mao, Kim Jong-um, etc., ¿deberían ser considerados «colectivistas»? Esto no tiene ningun sentido. El que quiere entender el mundo debe apegarse al estricto individualismo metodológico1. Más que la filosofía, son los intereses individuales (que sean o no correctamente entendidos) los que explican el mundo.

Así, aquellos que como Ayn ​​Rand o Isabel Paterson2  contrastan el individualismo y el colectivismo, se equivocan en la medida en que plantean esto como una dicotomía válida, la elección entre dos visiones coherentes del mundo, elegidas ex ante y despué seguidas al pie de la letra por sus respectivos partidarios.

En realidad, empero, esta no es una lucha ideológica o filosófica: la cuestión principal en el mundo no es la elección entre dos filosofías coherentes que se opondrían.

Sacrificios y beneficiarios de los mismos

Tomemos el caso del fascismo:

Per il liberalismo (come per la democrazia e il socialismo), l’individuo è fine, la società è mezzo; nè è concepibile che l’individuo, che è fine, possa mai assumere il valore di mezzo. Per il fascismo la società è fine e l’individuo è mezzo, e tutta la vita della società consiste nell’assumere l’individuo come strumento dei fini sociali.

[Para el liberalismo (como para la democracia y el socialismo), el individuo es un fin, la sociedad un medio; ni es concebible para el liberalismo que el individuo, que es un fin, pueda servir alguna vez como medio. Para el fascismo, a lo contrario, la sociedad es un fin y el individuo un medio, y toda la vida de la sociedad consiste en usar individuos como instrumentos para sus fines sociales.]

— Alfredo Rocco, Ministro de la Justicia (1925-1932), «La Dottrina Politica del Fascismo», 1925.

Por supuesto, Rocco se equivoca sobre la democracia, y más aún sobre el socialismo: he aquí lo que el (nacional-)socialista Goebbels decía al mismo tiempo:

Sozialist sein: das heißt, das Ich dem Du unterordnen, die Persönlichkeit der Gesamtheit zum Opfer bringen. Sozialismus ist im tiefsten Sinne Dienst.

[Ser socialista significa subordinar el Yo al Tú, sacrificar la individualidad para el beneficio del colectivo. El socialismo es en el sentido más profundo servicio.]

— Goebbels, Michael: ein Deutsches Schicksal in Tagebuchblattern, 1926.

En ambos casos, por lo tanto, el punto importante es el sacrificio del individuo en beneficio del colectivo. ¿Pero quién es este «colectivo» sino «un grupo de individuos»? Es por lo tanto un sacrificio de individuos, pero... ¿en qué medida, y para quién, exactamente? Porque de hecho, si todos los individuos de una sociedad fueran sacrificados3, ¿quién y qué permanecería?

Sociedad y personas

Como solía decir Thatcher, «no hay sociedad», o mejor dicho, no hay una sola sociedad4. «Sociedad» es una abstracción, y en la práctica siempre significa otras personas. Sacrificar a un individuo en nombre y en beneficio de la sociedad significa entonces sacrificarlo en beneficio o por decisión de otras personas. Las únicas preguntas entonces son quién es sacrificado por quién y para quién; quién toma las decisiones en nombre del «colectivo» y quién está exento de hacer parte de los sacrificados.

¿En qué consiste el colectivismo, entonces? En mera propaganda para idiotas útiles. Es irracional e inconsistente, destinado solo a justificar un gobernante existente (o el líder de un futuro golpe de estado): hacer que otros acepten al autor de la propaganda como su dueño «legítimo», titular del poder de decidir en nombre del «colectivo»: no rebelarse contra sus decisiones egoístas de sacrificarles para su propio beneficio.

No es coincidencia, por lo tanto, si los regímenes colectivistas, típicamente « dictaduras igualitarias », se basan siempre en la hipocresía: ya que no tienen una filosofía semánticamente válida, ya que toda su estructura se basa en contradicciones permanentes (doblepensar), los argumentos de aquellos que dominan las dictaduras llamadas colectivistas no son entonces nada más que pretextos ad hoc, herramientas retóricas que solo unos pocos idiotas útiles se toman en serio (y ciertamente no los propios colectivistas).

El colectivismo es una mentira total. No se opone a las desigualdades, no se opone a las ganancias, no se opone a la «explotación»5 y mucho menos al egoísmo. Ni siquiera se opone al individualismo: su único enemigo es el Derecho natural: promueve el poder ilimitado para ciertos individuos, la arbitrariedad, el nihilismo, en contra del reconocimiento de un conjunto único de reglas, que se aplicaría de forma idéntica a todas las personas .

El colectivismo no es nada más que una estrategia política practicada por algunos individuos para aumentar su poder sobre otros individuos, con egoísmo y arrogancia inmoral, para ser los que explotan, los que se lucran, los que acaparan el poder y gobiernan sobre otros individuos. Nada mas.

Los idiotas útiles del vacío

¿Tiene sentido entonces distinguir a los colectivistas que son sinceros (o pretenden serlo), los « idealistas engañados », de aquellos que no lo son? En realidad no.

Los primeros son los idiotas útiles de los segundos (la historia está llena de ejemplos de ayudantes del mal sobre cuya muerte nadie derramará lágrimas), ¿deberíamos realmente perdonar a los idiotas útiles que dedican sus vidas a luchar por un objetivo, sin pararse cinco minutos a preguntarse a sí mismos qué tienen derecho o no a hacer con sus vidas y las de los demás?

Pero... ¿y los segundos, de quién son ellos los idiotas útiles?

Durante treinta años, los comunistas de Occidente han sido los idiotas útiles de los apparatchiks soviéticos, que a su vez eran los idiotas útiles de Stalin: idiotas útiles de psicópatas inútiles. Pero el propio Stalin, ¿qué ha logrado? El progreso inimaginable del capitalismo y del transhumanismo, del cual el socialismo priva a los que asesina, explota y empobrece, él tampoco llegó a disfrutarlo. Buscando solo un poder sádico y frágil sobre unos cuantos desgraciados hambrientes6, el único ganador incuestionable y definitivo es la destrucción, la muerte, la nada7.

Si los colectivistas estúpidos son, por lo tanto, los idiotas útiles de los colectivistas psicopáticos, al final de la cadena ambos no son más que eso: idiotas útiles del vacío.