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El secreto bancario: un imperativo moral

"Lo que hay de peor, para una buena causa, no es de ser bien atacada, sino que de ser mal defendida" escribió ya Frederic Bastiat. El caso del secreto bancario y de la competencia fiscal constituye un buen ejemplo de este.

Demasiadas veces, en efecto, estos son defendidos sólo por les intereses económicos de la Suiza. Los únicos a tomar posición en esta debate desde la perspectiva de la justicia o de la moral son, por desgracia, los adversarios de la competencia fiscal y del secreto bancario - y nadie les contradice en este punto. Esto entonces les permite monopolizar el campo de las ideas y controlar el vocabulario sobre el tema, y por lo tanto presentar el debate de una manera totalmente sesgada. Por tanto, es muy significativo que términos como "evasión fiscal" y "paraísos fiscales" han llegado a tener una connotación negativa - como si "cárcel fiscal" o "infierno fiscal" eran situaciones deseables.

Así, la mayoría de los defensores del secreto bancario y de la competencia fiscal aceptan las premisas ideológicas de sus oponentes, y necesariamente se encuentran en una posición débil. En resumen, la evasión fiscal sería lamentable, pero sería mejor que el dinero vaya a Suiza que a otros lugares. El secreto bancario sería ciertamente inmoral, pero nuestros bancos lo necesitarían, por ejemplo para "preservar el empleo". Pero, por supuesto, lo renunciarían si otros países hicieran lo mismo. Como lo muestra la constante erosión de la privacidad financiera, esta posición pragmática, de compromiso, no puede durar: a largo plazo, es la consistencia que prevaldrá.

Los enemigos de la competencia fiscal la presentan como un subvaloración injusto, como una lucha destructiva entre las naciones conduciendo al dumping social, el embrutecimiento de los servicios públicos. Sin embargo, la competencia fiscal no es más que una base competitiva a los estados, y por lo tanto, económicamente, un medio de promover la eficiencia, moralmente lo que garantiza la diversidad de elección y una mejor protección de la propiedad, y políticamente, un medio para limitar la tendencia naturalmente expansionista de los Estados.

Lo que es inmoral, no es la evasión fiscal, sino que los impuestos confiscatorios, arbitrarios y que financian por la mayor parte gastos que no deberían estar hechos por el Estado. Por lo tanto, es perfectamente moral y legítimo de buscar a proteger sus ganancias de los impuestos, ya sea por trabajando en un lugar y viviendo en otro más interesante fiscalmente, poniendo su dinero donde esta mas protegido, o en pagando los menos impuestos posibles mediante el aprovechamiento de las distintas oportunidades para la evasión fiscal. Además, la evasión fiscal también hace servicio a los demás: pone un límite al poder de imposición de los Estados, y a menudo obliga a los Estados a reducir los impuestos de todos.

Entonces, el secreto bancario definidamente no es inmoral simplemente porque facilita la evasión fiscal. Pero más fundamentalmente, el secreto bancario es una simple consecuencia de un derecho a la privacidad que se considero obvio en muchas otras áreas.

Reproches contra el secreto bancario a menudo dependen en el mito del buen ciudadano que no tiene nada que esconder: por lo tanto, no tenería nada que temer de la proliferación de cámaras de vigilancia, de la abolición del secreto bancario, o incluso de la ampliación de los poderes del Estado para controlarlo, buscarlo, leer su correo, escuchar sus conversaciones telefónicas, etc.

Sin embargo, no paseamos desnudos por las calles, ponemos cortinas a las ventanas, queremos el secreto médico y no publicamos nuestros salarios. Esto no quiere decir que tenemos algo para culpar, que estaríamos avergonzados de nuestros cuerpos, de lo que se pasa en nuestra casa, de nuestras enfermedades o de nuestros ingresos. Esto significa simplemente que queremos el respecto de nuestra privacidad y nuestro derecho a decidir por nosotros mismos que información sobre nosotros compartimos y con quien - y evitar, en particular, que otros pueden utilizar información sobre nosotros para hacernos daño.

Además, hay otra realidad demasiado a menudo olvidada: el estado no tiene siempre razón, y sus leyes no son siempre justas. Acuerdemonos que la mayoría de los estados del mundo no son estados de derecho, que tienen leyes que no son necesariamente respetuosas de los derechos humanos, y que aún los Estados que afirman proteger la libertad, a menudo ni siquiera no lo hacen hoy, y es probable que lo harán aún menos mañana. Es ilustrativo a este respecto que un estado considerado seguro y siempre posicionandose en defensor de las libertades llegue a usar amenazas escandalosas para presionar a algún banco suizo.

El secreto bancario fue consagrado en la legislación suiza en 1934, y ha ayudando a proteger a los inversores de la persecución que vivían bajo dictaduras tan frecuentas, incluso en Europa, en aquel entonces. Ahorradores con ganas de invertir sus fondos en un lugar donde serian protegidos, por lo general en forma ilegal, practicando no sólo la evasión fiscal, sino también la exportación ilegal de capitales en un mundo en aquel tiempo acosado por el proteccionismo y los controles de divisas, después de la Gran Depresión. Esperemos que todavía no estamos en la misma situación...

Sería muy lamentable de abandonar el secreto bancario por presiones perfectamente interesadas ​​- de los estados que buscan, o como los Estados Unidos, a obtener más ingresos fiscales para financiar sus gastos públicos excesivos o, en el caso de la Gran Bretaña, a defender los intereses de sus propios centros financieros. Sería igualmente desafortunado de abandonarlo a condición que el resto del mundo haría lo mismo: en un mundo donde no habría otros lugares que la Suiza a practicar el secreto bancario, su continuidad se justificaría aún más. Y no solamente por el interés evidente que significaría para el sector bancario.